En la tercera etapa llegamos a Sobrado. Una de las cosas que me gustó más del Camino es esa sensación de revivir y de sanación después de haber realizado un gran esfuerzo físico. Una buena ducha tras haber andado 20 km, comida casera con platos exquisitos y abundantes y… el café de media mañana o de medio camino que se convirtió en una tradición esos días. Daba igual el sitio en el que parases, un bar en cualquier pueblo, una gasolinera, un bar de carretera… ¡siempre era igual de bueno! Un buen tazón de café con leche como los de antes que ponían los abuelos en casa acompañado siempre del bizcocho gallego o de un bol de galletas y todo por un módico precio. ¡A ver cuándo se ve algo igual en las grandes ciudades como en Madrid!
Sobrado, el pueblecito de cuento del Camino. En cuanto llegas ya te das cuenta de que tiene algo especial. Todo cuidado, limpio, calles abarrotadas de flores y plantas, casas bajas blancas. Y el Hotel San Marcus, de lo mejorcito que en lo que estuvimos. La chica de la recepción no pudo ser más maja, el desayuno estaba hecho y pensado para los peregrinos, las habitaciones perfectamente cuidadas y con unas vistas increíbles a la plaza central y al Monasterio. ¡Todo de diez! Merece la pena dedicar un par de horas a visitar el Monasterio, la Iglesia de San Pedro da Porta y sus alrededores.
Arzúa nos esperaba al día siguiente. Aquí creo que puse de verdad a prueba mi resistencia física porque después de hacer casi 17 km andando tuve que subir una cuesta de 2 km hasta el pueblo que con mochila a cuestas hizo que ese día ya pies y espalda sufriesen más de lo debido. En Arzúa, os recomiendo el restaurante Casa Nene que cuenta con unas tapas peculiares de un sabor intenso.
De Arzúa nos dirigimos a O Pedrouzo y ya desde aquí finalmente llegamos a Santiago. Es difícil explicar la sensación que tienes el día que llegas. A nosotros Santiago nos recibió con la música de un gaitero y con mucha lluvia. Miles de peregrinos estaban en la Plaza del Obradoiro, como nosotros, haciéndose fotos para inmortalizar ese momento único, ese momento en el que llegas, respiras y piensas “ya está, ¡ya está hecho!”. De repente, la emoción te invade y no puedes parar de sonreír, de levantar los brazos en señal de victoria y de que los ojos se te llenen hasta de algunas chiribitas. Y de ahí, no puedes irte sin pedir tu Compostela. El día que nosotros fuimos a pedirla se la dieron también a otros 1.494 peregrinos. Ya en Santiago un sitio muy recomendable para comer es El Papatorio. Suele estar todo reservado, pero si vais pronto lo más seguro es que consigáis mesa. Cumple eso de “bueno, bonito y barato” a rajatabla y la calidad de sus productos es inmejorable.
Sin duda, el Camino de Santiago es una de las mejores experiencias que he vivido. Es una experiencia de vida en la que te pones a prueba a ti mismo. Muchos lo hacen por diferentes motivos como religiosos, hacer un viaje y vivir la experiencia, disfrutar de la naturaleza sólo o acompañado, encontrarse a si mismos. Es un Camino lleno de aventuras, de perseverancia, de ganas, de ayuda, de gente de diferentes nacionalidades, de sonrisas… El Camino de Santiago es el camino de la superación porque ya desde el primer paso pones lo mejor de ti mismo y, al fin y al cabo, las ganas de superarse conllevan algo bueno y precisamente eso bueno es lo que nos une. ¡Buen Camino!»
Gracias María, deseando seguir tus recomendaciones en cuanto sea posible!